martes, 18 de abril de 2017

Alergia respiratoria en un niño pequeño. El caso de Hugo.



Hugo es un niño de 7 años. Suele venir a nuestra consulta de alergia infantil para hacerle un seguimiento. Está bastante bien ahora. Os cuento su historia:
La familia de "Hugo".
 Vive con sus padres y un hermano mayor que él. Nació muy sano, pero a los pocos meses de nacer (su primer invierno), tuvo que acudir a la guardería para que su madre se reincorporara al trabajo, y ahí comenzó su relación con las toses, mocos, y fiebres… tras acudir bastante preocupados a urgencias, los padres de Hugo se hicieron expertos en “ventolines”, cámaras espaciadoras y mascarillas. Parecía que pasaba más tiempo en casa con abuelos o vecinos que en la guardería… y acabaron por darle de baja. Al principio pareció no caer tan a menudo enfermo, pero el caso es que su hermano mayor, que ya había empezado en el cole, de vez en cuando traía algún virus, que al pobre Hugo siempre le afectaba más…

Los padres de Hugo consultaron especialistas varios, y la respuesta solía acabar con un consejo de “paciencia… posiblemente al ir haciéndose mayor, los episodios de ahogo, tos y mocos se irían distanciando”. Y así fue.

Más o menos al empezar el colegio infantil, sobre los 3 años, pareció que el uso de medicación inhalada y antibióticos se les fue olvidando… salvo algún “catarrillo” de nariz el niño pasó el curso bastante bien, y apenas tuvo que faltar a clase (ni sus papás al trabajo).
"Hugo" y la fábrica de pañuelos
 Como esos síntomas de nariz eran mucho menos preocupantes, no les hacían mucho caso. Se acostumbraron a tener una buena reserva de pañuelitos de papel en el bolso, en el coche, en cualquier sitio. Pero con cuatro años, entró en la familia un nuevo miembro: Flora. Una conejita preciosa, una bolita de pelo a la que los niños acogieron como locos. La manoseaban, la dejaban corretear por todos sitios, le daban de comer, la disfrutaban un montón.
La conejita Flora, una más de la familia
A los pocos meses, Hugo ya no solo era una pequeña fábrica de mocos y estornudos frecuentes, sino que le apareció un pequeño surco rojito en la nariz de tanto frotársela, y hacía unos ruiditos con la garganta continuamente. Al preguntarle por qué, contestaba que porque le picaba “por dentro”… Además, estaba muy irritable todo el día porque no descansaba bien de noche, le escuchaban hasta roncar.

El padre de Hugo había tenido dermatitis de pequeño y ahora sabía que era alérgico al polen de olivo, que cada primavera le fastidiaba bastante, así que reconoció los síntomas de su hijo y pensó que podía tratarse de una alergia.

Cuando consultaron a su pediatra de atención primaria, les dijo que posiblemente tuvieran razón, pero que no podía derivarle al hospital para hacerles pruebas porque “no tenía la edad”. Que hasta los 5 años no podía hacérselas. En realidad, esto no es cierto. NO HAY UNA EDAD A PARTIR DE LA QUE SE PUEDEN HACER PRUEBAS DE ALERGIA. El problema, en este caso, es que solamente se dispone de una sección en pediatría del hospital público donde se manejan las alergias de los niños hasta los 14 años. Para cubrir el área de TODA la provincia y parte de alguna colindante. Y esto antes de los “recortes sanitarios”. Así que se intenta reducir el número de pacientes que se derivan a esta consulta (atendida lo mejor que se puede por 2 médicos, 2 enfermeras y 1 auxiliar, claramente desbordadas).
Las pruebas de alergia o prick test
Así que Hugo y su familia, tuvieron que acudir a un alergólogo fuera del sistema público. Y en 15 minutos, se le hicieron las pruebas en la piel (los conocidos como prick tests), sin necesidad de extracciones de sangre, y encontraron su respuesta: el niño tenía alergia a los ácaros del polvo y al epitelio de conejo.


El alergólogo les enseñó cómo tratar los síntomas de Hugo. Y aunque fue un poco duro, la conejita Flora tuvo que ir a vivir con los abuelos, donde podían visitarla siempre que Hugo hubiera tomado su jarabe y se lavara muy bien las manos después de jugar.

Quitaron los peluches de la cama de Hugo, aunque su preferido se quedó para dormir, a condición de que se iba a la lavadora cada semana con las sábanas.
Los peluches, un aliado de los ácaros del polvo
Ahora Hugo ya no es “el niño de los pañuelos”, incluso comenzó a hablar mejor y también descansaba toda la noche sin roncar.

El alergólogo les explicó que había que ir haciendo un seguimiento de los síntomas de Hugo, porque a veces pueden ir a más a pesar del tratamiento y en ese caso sería necesario realizar otro tipo de tratamiento más específico, las llamadas “vacunas de la alergia”, que tratan la causa que provoca los síntomas. Y así quedaron en hacerlo. Y Hugo y su familia mucho más tranquilos conociendo el diagnóstico de su hijo y cómo manejarlo.

Dra. Gloria Requena Quesada
Médico Especialista en Alergología
Grupo AlergoMálaga.

jueves, 6 de abril de 2017

La alergia a las semillas


 

A pesar de no ser tan prevalente en nuestro medio como otros tipos de alergias alimentarias, su incidencia se está incrementando de forma progresiva. Los beneficios nutricionales que aportan —sobradamente demostrados—, han derivado en que este tipo de alimentos se hayan abierto hueco rápidamente en nuestra gastronomía. Pero no solo eso, también sus usos en la cosmética y la industria farmacéutica, han multiplicado las formas a través de las cuales se puede entrar en contacto con ellos.
Semilla de sésamo
 En nuestro país, la semilla de la mostaza es la más frecuentemente implicada en procesos alérgicos en la edad adulta. La de sésamo (o ajonjolí), está emergiendo como un alérgeno cada vez más importante a nivel internacional, principalmente en la edad infantil (aunque también en la adulta). Hay factores que dan explicación a este fenómeno, como la cultura gastronómica. En Israel, donde el sésamo se introduce de forma precoz en la dieta, se ha convertido, tras la leche y el huevo, en la tercera causa de alergia a alimentos en la franja de edad entre los 0 y 2 años. No debemos olvidar que la alergia a las semillas suele persistir a lo largo de la vida, por lo que debutar de forma tan temprana genera un sinfín de problemas, sobre todo en lugares donde su consumo está muy arraigado y cuesta no encontrarlas salpicando cada plato. Una tercera semilla a destacar como causa de alergia sería la de lino (aunque, por ahora, afortunadamente, son pocos los casos referidos en la literatura médica). Se puede contactar con ella a través de la dieta, pero también en su uso como laxante (bastante extendido en España).
Semilla de lino
La mostaza, tradicionalmente, se ha relacionado con el desencadenamiento de reacciones alérgicas graves (anafilácticas). La manera en la que una persona puede sensibilizarse a la mostaza es variable, pero, hoy en día, gracias a las técnicas de diagnóstico molecular, sabemos que aquellos que lo hacen a la proteína Sin a 2, son los que suelen padecer este tipo de reacciones. Además, algunos estudios han demostrado la existencia de reactividad cruzada entre dicha proteína y otras presentes en frutos secos, a los que el paciente, por tanto, también podría hacerse alérgico. Con el sésamo ocurre algo parecido.
Semilla de Mostaza
 Al tratarse de alimentos que suelen incorporarse a otros de forma complementaria, la posible presencia como alérgenos ocultos debe ser tenida en cuenta, ya que su identificación en un plato es en ocasiones difícil. De ahí la importancia de un correcto etiquetado y de estar al día con la legislación vigente.

Es frecuente no pensar en ellas. Una simple hamburguesa puede llevar mostaza, pero también semillas de sésamo en el pan; en las cocinas tradicionales marroquí, asiática y kösher, es muy frecuente su uso, al igual que el de las legumbres, pues son alimentos de un valor nutricional alto, y en muchos lugares siguen consumiéndose de la misma manera desde hace siglos.

Aunque menos frecuentemente, las semillas también están involucradas en enfermedades respiratorias, como la rinitis o el asma ocupacional, así como en enfermedades de la piel, como las urticarias o las dermatitis de contacto.

Algunas anécdotas:
Un tercio del sésamo importado por Estados Unidos desde México es adquirido por McDonald´s, la franquicia de hamburgueserías.
Las mujeres babilónicas comían halva, una mezcla de semillas de sésamo y miel, como fórmula para alargar la juventud y conservar la belleza.
En la antigua Roma, existía la creencia de que las semillas de sésamo eran buenas para incrementar la fortaleza y la resistencia física.
Pitágoras recomendaba el consumo de mostaza porque aseguraba que mejoraba la memoria y el ánimo.
Canadá cultiva el 90% de toda la semilla de mostaza destinada al comercio internacional.
En definitiva, las semillas son alimentos que deben habitar nuestra dieta, por los beneficios que aportan para la salud, pero de las que hay que sospechar siempre en el caso de reacciones alérgicas.

Dr. Gonzalo Campos Suárez.
Médico Especialista en Alergología.
Grupo AlergoMálaga.